En este páramo de arena congelada, los filos de cada grano marcan caminos en las plantas de mis pies. En alguna parte de ese desierto existe un lugar donde puedo huir de mis pensamientos. Un lugar donde brota etanol que sabe a fresitas, y que puedo beber directamente del suelo. Las plantas ahí ya están acostumbradas al deforme de mi comportamiento.
Me han visto escribir planes para deshacerme de ella. Me han visto perder pedazos de cordura como coágulos arrancados de mi cara. Y sin motivo.
Aquí sólo hay tragedias. Cualquiera que venga va a ser infeliz.
Le agradecí secretamente, pero no supo por qué. Le agradecí porque ahora sé las palabras para destruirla, y que no quede rastro de lo que era.
Entra la luz a veces por las grietas, me escondo. Regreso al laberinto congelado y me escondo debajo de la piel. Debajo de las alas arrancadas de ángeles que intentaron sacarme de aquí. Debajo de los cuernos de demonios que quisieron jugar conmigo. No quiero amigos. Y ciertamente no me necesitan.
Sellé la gotera del cielo que filtraba antídoto y me hacía bien. Ahora sólo caen cadáveres de las buenas personalidades, como antes.
La mantengo a una distancia segura, al alcance, pero suficientemente lejos para que no le afecte el veneno que transpiro.
En ese lugar no tengo que explicarle a nadie mi pasado. Ni tengo que explicar por qué hago lo que hago. En ese lugar puedo desarrollar mi autismo latente. Y toda la apatía y amargura que me conforma finalmente puede volverse algo destructivo. En ese lugar puedo pegarme un par de brazos y alas de insecto. Y también un ala de vapor y una de humo.
En ese lugar puedo comer abismos y ser un abismo. En ese lugar puedo purgar la persona buena que aún se genera espontáneamente y quiere vivir adentro de mí, y apretarle el cuello hasta que truene. Y Me pego sus brazos en los costados porque son bonitos. Y absorbo su piel y mi cuerpo aumenta el género que tenía. En ese mundo tengo una nube de alcohol alrededor de la cabeza que me aclara los pensamientos y disuelve los velos del mundo exterior.
Ahí ya no soy hombre ni mujer, sino ambos. Una deidad. Cuernos, alas, brazos y codos. Ojos, pechos, y lenguas. Fuego, agua, arena, y metal. Piel que envuelve carne abrazando huesos cuidadosamente colocados. Ahí me vuelvo vapor y humo a voluntad. También fuego y sangre.
Ahí puedo continuar el plan que está escrito en letras pequeñísimas en mis genes.
Aquí no hay tristeza, porque no hubo motivo para estar feliz.
Planté un espantapájaros en cada punto cardinal, cada uno de diferente color y textura. Sólo para que no se pierdan y encuentren la salida, porque no los quiero en mi reino.
Aquí estoy bien sin nadie que me entienda ni me ayude a salir. Porque no quiero salir, ni cambiar.
Aquí y ahí son al mismo tiempo. Tengo el hilo astral que nos une.
En el centro del laberinto me cobijo con las alas de ángeles y coronas de demonios, y me siento mejor. No quiero despertar, ni salir a tomar el sol. No necesito levantarme para comer, la arena camina sola hasta mi boca.
Salgo de la armadura y nado en el aire. A veces me gusta sentir que este mundo es más grande.
A través de una pantalla me comunico con ella, quien vive lejos y nunca saldrá de su prisión emocional porque es muy débil de carácter. Y su novio la golpea todos los días y le hace el amor 3 de cada semana. Y está muy lastimada pero me llamó la atención porque es una víctima. Y yo soy un sobreviviente y me alimento de las víctimas.
"Eventualmente, nos volveremos desconocidos que saben mucho uno del otro. " Eso dijo ella, y luego fue y se quitó la vida.
"Acudes conmigo porque sabes que te voy a decir que es lo mejor que podrías hacer, no porque quieres que salve tu vida." Hice lo que soy, y le di mi opinión.
Aquí no la puedo salvar, pero cuando entre al purgatorio, la Deidad la recogerá en una de sus garras y me la traerá en una jaula. Y podrá ser un ave que me cante todos los días, de todos modos, ya está acostumbrada a una prisión.
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