Aunque me trataron bien... no pasé hambre ni otras incomodidades... Sólo era incertidumbre acerca de si vería la luz del día una vez más.
Me tuvieron en una casa de seguridad tres días.
Usaban pasamontañas pero yo creo que no les importaba que los viera.
Todos tenían resentimiento en los ojos, menos uno.
Y lo siguiente que relato es lo que ocurrió el tercer día.
Después de desvestirme, atarme de los pies y ponerme una mordaza, me sentaron en el suelo mientras decidían qué hacer conmigo.
Sentí una mano que me levantaba mi barbilla, luego otra agarraba uno de mis pechos. De alguna forma el no ver incrementaba mis otros sentidos. No podía decirle a mis pezones que no se excitaran.
Me apretó fuertemente el otro, no sabía que me gustara, y comencé a mojar.
Me preguntó si me gustaba, no contesté, tuve miedo de mentirme a mí misma. Entonces me dio una cachetada que me tiró al piso, caí de lado, en mis rodillas, con mis palmas en el suelo, al mismo tiempo que gemí intensamente.
Supondré que a uno de ellos se le antojó lo que vio, porque oí como se quitaba la ropa.
Y comenzó a tocarme. Se acercó a mí por detrás, sentí su miembro en mi trasero, picándome con su puntita, frotando mi ano, me sentí sucia, pero eso también me excitaba.
Sus manos agarraban con firmeza, y sabían a donde ir.
No paraba su lenguaje obsceno sobre mi cuerpo, pero eso de alguna forma me halagaba. Siempre había estado protegida de eso, no lo había experimentado hasta ahora, y como él mismo lo dijo, mis pezones se pusieron duros y demasiado sensibles. Asocié la voz con el que no tenía ese rencor en sus ojos.
Él casi estaba acostado sobre mí, paseando su mano por mis pechos que respondían a los estímulos y me descubrían sensaciones casi olvidadas. Su pene seguía punzando, provocándome, sin estar adentro me contraía y dejaba fluir mis jugos, sólo presionando contra mi piel íntima, mojándome también con su punta.
Me acarició la espalda y por reflejo subí más mi trasero.
Esa fue la señal para él, bajó sus manos a mis nalgas, las agarró con firmeza, y me abrió con sus pulgares, y sentí como se introducía tan naturalmente hacia adentro de mi lubricada vagina.
Sentí alivio de que, al menos, quien fuera a hacerlo me lo hiciera con amor.
Estaba muy sensible, tenía mucho tiempo que no lo hacía.
Y la sorpresa me dolía, pero no podía dejar de disfrutarlo.
Mis piernas se contrajeron solas, a mi vagina le presentaron esos movimientos tan diferentes a los de mi esposo(de quien ya los conocía todos), no bruscos, sino delicados, pero firmes al mismo tiempo, como de alguien que sabe exactamente lo que hace.
Y la confianza en sí mismo me hacía confiar en él.
Así que me rendí.
Me apoyé con mis puños en el suelo y bajé la cabeza. Entonces él me tomó de la cadera con ambas manos y se empujó con más fuerza dentro mío.
Mis contracciones se coordinaron con sus latidos, puso mi mano bajo mi clítoris, mis movimientos hacían fricción automática. Y ya no pude contenerme. Apreté los puños, exhalé y gemí a través de la mordaza. 1, 2, 5, 7, 10, 15 orgasmos, consecutivamente. Dejé de contar. Él seguía embistiéndome con su falo duro, de pronto me jaló el cabello y puso su otra mano en mi hombro, me lo metía más fuerte, supe que iba a terminar.
Entonces sentí las pulsaciones y el rocío caliente que lo acompaña, y sentí que explotaba yo también.
Me soltó del cabello y del hombro.
Yo caí rendida.
Todavía estaba palpitando cuando me lo sacó.
Y no se quitó de encima de inmediato.
Me lo puso entre mis glúteos. Yo ya no podía pensar bien.
Disfrutaba los últimos momentos, con su respiración agitada, después de haber saciado su instinto.
El cuarto día llegaron los policías, abatieron a tres de mis secuestradores, luego me enteraría que eran parte de una banda y que los habían capturado a casi todos.
Meses después, alguien entró a mi recámara cuando no estaba mi marido, usaba un pasamontañas, pero reconocí los ojos...
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