Tuve uno de esos sueños lentos, tibios.
Inconsciente pero vivo yacías.
Y no despertabas mientras arrancaba las venas de tu cuello con mis colmillos.
Y con mis manos iba despegándote la piel del pecho.
Apliqué fuerza con mi codo y logré romperte las costillas.
Tu corazón latía hermoso salpicándome carmesí.
Mis manos no me dolían del esfuerzo, ni estaba temblando. Lo ves, logré superar mi nerviosismo frente a ti.
Soñé que mis manos te esculcaban por dentro y apretaba tus órganos internos.
Tus pulmones tienen un raro color.
Adentro apestas, pero logré controlar el sueño.
En la euforia te partí en dos, tu piel salió volando y las paredes se embarraron con tus vísceras rasguñadas.
Me encantaste, pero no superas a las anteriores. Las mujeres estallan diferente.
Sonrío. La sangre escurre por mi barbilla. Gracias por no despertar, me habrías arruinado la fantasía perfecta.
Después todo ardió. El olor de la carne quemada, y la sangre fresca es embriagante, alucinante.
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